Mi relación con animales domésticos es muy antigua, y el amor que siento por ellos se los heredé a mis hijos. Siempre en mi casa hubo algún animal. De chico juntaba sapitos que los llevaba a vivir con nosotros. Una vez traje conmigo una culebrita. Todo esto, por supuesto, tratando que mi madre no se entere. Canarios, palomas, loros salvajes que me vendían por engaño y loros educados y charlatanes cuando yo ya tenía más experiencia. Perros de raza mezclada y perros con pedigrí que obtuvieron primeros premios en certámenes en Israel. Gatos nunca faltaron. Actualmente no tengo ninguno en mi casa, pero cuando en la calle encuentro un gato cerca mío, lo llamo para que se me acerque.
Recuerdo lo que sucedió, cuando aún vivía en la ciudad de La Plata, al pretender enseñar a hablar a un loro amazónico recién comprado, por el que había pagado una buena suma. Yo no hacía las cosas de manera improvisada. Para tal fin compré un libro que trataba sobre el tema. Siguiendo sus instrucciones al pie de la letra, una noche me paré frente a la jaula que puse sobre el mármol de la cocina, cubrí la jaula con un manto, cerré la puerta y apagué la luz. Comencé entonces a actuar como el libro aconsejaba. Sin interrupción, con voz monótona y acompasada, repetí no recuerdo cuantas, pero sé que fueron muchas veces la misma frase: “-Buenas noches, Milo-”
Después de más de media hora, cuando mi boca llegó a tener menos líquido que el desierto de Sahara, interrumpí mi labor de domador de loros. Exhausto y casi sin respiración, encendí la luz y removí la manta de la jaula para gozar con el fruto de mi penosa labor, y escuchar el saludo del loro. La decepción fue tremenda. Apoyé la frente sobre la jaula con la nariz metida entre las rejas, por que no podía creer lo que veía: ¡El loro dormía como nene bueno después de chupar la teta!. Lo primero que pensé con inmensa rabia, fue que el maldito pajarero me había vendido un loro sordomudo, porque el libro no podía estar equivocado. Pero lo que aconteció fue que el inocente amazona había caído en un profundo sueño hipnótico.
Samuel (Milo) Auerbach.
martes, 4 de mayo de 2010
Delitos económicos y delitos morales.
No comete delito el que celebra la muerte de un primer ministro, como muchos lo hicieron (y lo siguen haciendo) cuando asesinaron a Ytzhak Rabin, pues está usando los derechos que le otorga la libre expresión que impera en Israel. Pero negar la existencia del país en el que vive y odiarlo hasta llegar a pisotear su bandera, excede sus límites. En ningún lugar del mundo civilizado, a excepción de Israel, se tolera tales ofensas inferidas por personas que no se abstienen en usufructuar todos su beneficios. Como si al gobierno le doliera más los delitos económicos que los morales. Es común ver en Israel cómo se procesa judicialmente a religiosos y laicos por defraudaciones o sobornos, pero jamás se vio cómo se castiga por ofender a los símbolos del país en donde nacieron. Muy doloroso para el fiel ciudadano que contribuye con su trabajo al engrandecimiento de su patria, y sabe que los frutos son aprovechados por gentuza que no lo merece. Aparentemente eso no duele a la gente de la actual coalición gubernamental, cuya mayoría la componen diputados y ministros religiosos como lo son, aunque no de la misma secta, los judíos que incurren en aquellos delitos.
¿Es posible, entonces, que esa sea la causa por la cual la autoridad no toma las medidas que corresponden contra esos delincuentes morales, que además son capaces por fanatismo religioso, de denigrar a la mujer y matar y dejar agonizando a indefensos animales prendiéndoles fuego?.
Si se tiene en cuenta que la reclusión carcelaria no es un castigo, sino un medio para aislar a los delincuentes a manera de protección pública, y un intento de restituirlos a la sociedad con la educación y el transcurso del tiempo, no tiene valor alguno encarcelar a los que delinquen por motivos religiosos, pues de nada servirá con los fanáticos cualquier medio de persuasión. La expulsión del país es lo que resta por hacer con ellos. Fuera de Israel no molestarán como pueden molestar, por ejemplo, peligrosos terroristas árabes liberados por un arreglo de canje.
Lamentablemente la autoridad se conforma con sólo observar a las manifestaciones callejeras en donde se lleva a cabo la ignominia de pisotear y quemar nuestra enseña patria, como sucedió recientemente, justamente en el Día de la Independencia.
Samuel Auerbach
Natanya, Israel.
¿Es posible, entonces, que esa sea la causa por la cual la autoridad no toma las medidas que corresponden contra esos delincuentes morales, que además son capaces por fanatismo religioso, de denigrar a la mujer y matar y dejar agonizando a indefensos animales prendiéndoles fuego?.
Si se tiene en cuenta que la reclusión carcelaria no es un castigo, sino un medio para aislar a los delincuentes a manera de protección pública, y un intento de restituirlos a la sociedad con la educación y el transcurso del tiempo, no tiene valor alguno encarcelar a los que delinquen por motivos religiosos, pues de nada servirá con los fanáticos cualquier medio de persuasión. La expulsión del país es lo que resta por hacer con ellos. Fuera de Israel no molestarán como pueden molestar, por ejemplo, peligrosos terroristas árabes liberados por un arreglo de canje.
Lamentablemente la autoridad se conforma con sólo observar a las manifestaciones callejeras en donde se lleva a cabo la ignominia de pisotear y quemar nuestra enseña patria, como sucedió recientemente, justamente en el Día de la Independencia.
Samuel Auerbach
Natanya, Israel.
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