lunes, 23 de marzo de 2009

Un cuento corto.

Cierta vez hubo en Argentina un joven judío que cuando tenía que votar, lo hacía siempre a favor del menos antisemita, aunque no era justamente la persona que al país convenía. Si bien le importaba y quería a su país natal, no podía dejar de preocuparle la seguridad de su familia y del resto de la colectividad judía a la cual pertenecía y con la cual se sentía muy identificado. Ese joven se crió en una pequeña ciudad cosmopolita en donde el judío vivía agrupado en varias instituciones. La colectividad era grande y sin mayores preocupaciones. Pero el antisemitismo evidente en las esferas gubernamentales, en publicaciones y en no pocas instituciones públicas, despertaba en la población la segregación y el odio hacia el judío.

Desde pequeño ese joven judío fue blanco de las burlas de sus amiguitos. Rusito, semillita, judío y otros apodos en tono despectivo, crearon en él tal sentimiento de vergüenza por su misma persona, que cuando tenía que dirigirse a la escuela judía, lo hacía escondiendo el libro de lectura debajo del pullover; y cuando le enviaban a comprar pan en el almacén judío, ansiaba que no le envolvieran la compra con hojas del Ydishe Tzaitung.

De grande logró controlar en parte ese complejo, gracias a su natural madurez y no por un debilitamiento del antisemitismo en el país. Al contrario, el desprecio al judío siguió creciendo debido al enriquecido alimento con gusto a nazi, que el gobierno le dio de comer durante la segunda guerra mundial. A tal punto influyó en este joven el antisemitismo, que nada de lo que el país le ofrecía como ciudadano, lo sentía suyo. Se veía extraño en su propia tierra. También se le tergiversó la figura del judío. No lo imaginaba dispuesto a defenderse. Siempre escapando y ocultándose frente el peligro.

Ese joven, ya universitario, sintió claro el antisemitismo dentro del ambiente síndico profesional donde le tocó actuar. Si bien fue estimado en esos círculos gentiles, era por que lo consideraban un “judío distinto, no como los demás”. Expresión típica antisemita con pretenciones de lisonja que lo asqueaba.

Un hecho importante que más adelante influyó en el rumbo de su vida, lo constituyó su casual presencia en un acto que una institución de la colectividad organizó. En cierto momento, se hizo presente en el escenario un señor uniformado. Un sacudón emocional invadió al joven, cuando alguien presentó a ese señor como un general del ejército judío que estaba en visita oficial. Imposible lo que veía: ¡un general judío!... No podía creer que tenía frente a él, un judío que portaba un arma que podía matar en su defensa, o la de un pariente, o la de un amigo.

Cansado de sentirse argentino distinto, decidió repentinamente cambiar de escenario. Ese argentino distinto se volcó por entero dentro del ambiente judío de su ciudad. Se sintió muy feliz en ese nuevo entorno en que todos eran como él. Colaboró con renovado entusiasmo en instituciones sionistas, hasta que de pronto un sentimiento nuevo brotó en su pecho. Si una reducida colectividad judía lo hacia tan feliz, por qué no hacer otro salto y llegar a ese lugar donde los judíos son mayoría, en donde los judíos gobiernan y tienen su ejército que lo habrá de defender. Un lugar en donde sus hijos no serán vistos con otros ojos como lo fue su padre.
Y allí se fue con su familia, y desde allí dijo a los compatriotas judíos que dejó:

“El mundo judío esta amenazado por el masivo e impune avance del fundamentalismo islámico. Lo hace con rapidez y facilidad, debido a la apatía del mundo gentil, que parece no saber que la amenaza recae también sobre él. El único lugar en el mundo donde se puede vivir dentro de una democracia como hay pocas y no ser molestado por ser judío, es Israel. Cuidemos esta valiosa joya por que sin ella, es difícil predecir lo que le espera al judaísmo disperso que yo dejé”.

Samuel Auerbach
Netanya
Israel

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