Lo primordial de un gobierno es velar por la seguridad de la nación y la vida de sus habitantes. Es de conocimiento público que Irán y sus aliados, Hisballah y Hamás, han amenazado con aniquilar a Israel. Como por ahora no se vislumbran soluciones pacífcas en el Medio Oriente y se mantienen el ambiente guerrero con buenos motivos para pensar que la contienda no se hará esperar por mucho tiempo, es legal tratar que el enemigo no se fortalezca. Es una forma de reducir el riesgo en el momento en que el enemigo decida poner manos a la obra su siniestro propósito. Todo lo que Israel haga para evitar que Irán y sus homólogos incrementen sus medios guerreros, es en defensa propia y, por lo tanto, no es condenable.
Los bloqueos tienen ese fin. Mejor que bloqueos, deberían llamarse filtros, a través de los cuales sólo habrá de pasar todo aquello que no sea material bélico. Lamentablemente, Israel no puede controlar el poderío atómico de Irán. Con el mismo pesar, no lo puede hacer con Hisballa, que a través de Siria recibe de Irán el armamento con el que le apunta. Pero lo puede hacer y lo hace con Hamás. Lo hace por tierra y lo hace por mar, con el derecho que le otorga el artículo 98 del Manual de San Remo sobre el Derecho Internacional aplicable a los Conflictos Armados en el Mar que dice:
Podrán ser capturadas las naves mercantes de las que se tenga motivos razonables para creer que violan el bloqueo. Las naves mercantes que, tras previa intimidación, ofrezcan manifiestamente resistencia a su captura podrán ser atacadas.
Israel debe seguir filtrando sus fronteras, y cualquier futuro intento de romper ese medio de defensa que representa el bloqueo, debe a ser interceptado cada vez que se presente, sin respetar las quejas, protestas, censuras, manifestaciones y repudios del mundo, porque si no lo hace, si no se defiende y todo su pueblo estará obligado a volver a deambular por la diáspora, fuera de ellos mismos, son pocos en el mundo los que llorarán.
Samuel Auerbach
Natanya, Israel.
miércoles, 2 de junio de 2010
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