La paz no llega ni se vislumbra. El gobierno de Israel y la Autoridad Palestina no están dispuestos a sentarse y conversar. No quieren renunciar a posiciones que mantienen y que niegan la posible paz que esos pueblos claman. Ninguna de las parte esta dispuesta a ofrecer siquiera un sólo gesto que compruebe la sinceridad de sus deseos de llegar a un acuerdo amistoso.
Sólo dos renunciamientos, uno por cada parte, serían suficiente para que los enemistados dejen de mostrarse los dientes y comiencen a sonreir el uno hacia el otro. Israel puede y debe hacerlo aunque duela. Lo acaba decir el presidente de Israel Shimon Peres en el reciente mensaje dirigido a las Diásporas, cuando afirmó “La ocasión de alcanzar la paz está en puertas y no se la debe dejar pasar, aún si ello exige dolorosas concesiones”.
Entonces ¿porqué no comenzar solucionando el tremendo escollo que significan las colonias ilegales y la expansión en los lugares donde se tendrá que levantar el futuro estado palestino? Es un paso positivo que no pone en peligro su seguridad. No es ninguna concesión territorial. No es volver a incurrir en el craso error de entregar tierra alguna, sin antes concretar con el enemigo una paz duradera con fronteras aseguradas por la confianza mutua. Es sólo un inocuo gesto que pondrá en relieve la sinceridad de Netanyahu cuando hizo suyo en la Universidad Bar Ilán, el principo que asegura dos estados para dos pueblos.
Si la Autoridad Palestina quiere en realidad instalar su añorado país al lado de Israel y no en lugar de él, ¿porqué no abandona su obstinado rechazo de considerar a su futuro vecino como un estado judío? Su seguridad no corre peligro con ello, y con ello renovaría la esperanza de ver concretado su sueño. Ninguna de las partes está dispuesta a ser la primera en ofrecer esos inofensivos desprendimientos, que son la llave que abre los portones del recinto que alberga la paz. ¿Qué ocultan las autoridades de esos sufrientes pueblos?. ¿Es posible que puedan existir objetivos más importantes que llegar a esa meta? Lamentablemente, no hay duda que algo los frena.
Un buen paso hacia la paz hubiera sido si Benjamín Netanyahu durante su estupendo discurso en la UN, en la que dejó sin respuesta al régimen iraní y a las organizaciones mundiales, a los que tiró a las tablas con un rotundo knok out, hubiese anunciado ese positivo gesto en los territorios. Equivaldría a robustecer la imagen de Israel en los países que lo apoyan, esa imagen que tanto le molesta cuando es tergiversada, mientras que La Autoridad Palestina hubiese quedado en posición no muy cómoda ante la opinión mundial, al aparentar como único escollo para la paz.
Samuel Auerbach.
Netanya, Israel
viernes, 9 de octubre de 2009
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