Una sensación no muy agradable produce imaginar una supuesta situación en la que Irán ya posee el poder atómico con el cual puede llevar a cabo su sueño de destruir a Israel. Tampoco reconforta pensar cómo sería el sentir de sus habitantes bajo la amenaza de un ataque, que un enfermo paranoico con ideas fijas pueda lanzar en cualquier momento.
Aparentemente muchos israelíes no lo piensan, prefiriendo seguir viviendo en una tensa calma que no molesta. Pero es necesario despertar de este peligroso letargo. No es prudente seguir viviendo sin pensar que esas horas pueden llegar y no hacer nada para que no lleguen. Y esas horas llegarán si es que occidente continúa aplicando a Irán inútiles sanciones.
Los esfuerzos para llevar a feliz término las conversaciones de paz entre palestinos e israelies es una loable obra del mundo libre. Pero la creación de un Estado Palestino que viva en paz con un Israel judío, soberano y seguro, no significa paz en la región. Mientras Israel no sea reconocido por el Islam, la paz seguirá siendo una utopía. Los peligros que acechan a Israel continuarán y serán muchos más graves si el mundo no aplica a Irán medidas más eficaces para que abandone su propósito de construir armas nucleares.
La exigencia palestina de prorrogar la moratoria de las construcciones en los territorios, y el reconocimiento de Israel como estado judío exigido por los israelíes, son cuestiones que ocupan un segundo lugar frente al grave peligro que representa un Irán armado con energía nuclear. Obama, el gran aliado de Israel lo sabe, pero su política de buen pastor sólo le permite aplicar medidas de persuasión que hasta ahora no han dado ningún resultado positivo. No es prudente seguir empleando este método cuando fuentes bien informadas aseguran que faltan pocos meses para que Mahmud Ahmadineyad tengo en sus manos las cabezas atómicas que, colocadas en sus cohetes de largo alcance, pondrá en peligro a toda la región, y porqué no al mundo.
"Y si no por a las buenas, por las malas será", como se suele decir. Además, es de dominio público que en todos los casos sin excepción, la fuerza es el único medio seguro para reducir a peligrosos dementes incapaces de razonar. Y Ahmadineyad no escapa a la regla. Por lo tanto, atacar a las instalaciones nucleares de Irán es lo que se impone. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato? Parecería natural que lo haga una conjunto de fuerzas occidentales, pues son los países de occidente los que intentaron hacerlo "por las buenas", hasta ahora sin ningún resultado. Con ello no solamente se postergaría notablemente la amenaza existencial que cae sobre Israel, sino que se evitaría que el extremismo islamita aproveche el poder iraní para reforzar su tarea de islamizar al mundo, trabajo de hormiga ya comenzada siguiendo los dictados del Corán. Puede ser que la demora occidental en usar la fuerza se deba a evitar los disturbios, manifestaciones y ataques suicidas que se producirían como respuesta mundial musulmana; también es posible que se deba a la esperanza que Israel asuma el papel de carne de cañón y sea ella quien se encargue de la obra; y, por último, puede ser que se deba al convencimiento que Irán no se atreverá a detonar su arma atómica y sólo la usará para amedrentar. Pero Israel, sabiendo en qué manos irresponsables ese medio de destrucción masiva se encuentra, no debe correr el riesgo. Israel no puede admitir que un enemigo acérrimo como es Irán, se convierta en una potencia atómica. Y si el occidente, que nunca descartó la opción militar, no toma la iniciativa para salvar su civilización, Israel lo tendrá que hacer para salvar su propia existencia. Esperemos que esto último no sea necesario.
Samuel Auerbach.
Natanya, Israel.
viernes, 17 de septiembre de 2010
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