Después de la guerra de los 6 días, el consenso general fue mantener los territorios como carta de triunfo para la negociaciones, y devolverlos a cambio de una paz duradera con fronteras seguras. Lo prueba el hecho de que nunca fueron oficialmente anexados ni nunca fueron delimitadas fronteras que los involucren. Se devolvió el Sinai cuando la paz con Egipto estaba asegurada. Pero la extrema derecha, con su sueño de la patria grande de nuestros antepasados bíblicos, comenzó a instalarse en el resto de los territorios retenidos, amparados por las coaliciones que los sucesivos gobiernos se vieron obligados a concertar para tener estabilidad, y por la “vista gorda” de nuestro gran y, me atrevo a decir, único sincero aliado: los Estados Unidos de Norte América. Pero resulta que ahora, con Obama como presidente, esa “vista gorda” repentinamente enflaqueció, introduciendo a nuestro nuevo primer ministro en un callejón cuya su salida yo no veo, ni creo que tampoco él la vea. Su situación se torna aún mas compleja si se tiene en cuenta que la derecha que lo llevó al poder, declara sin frenos que se opone terminantemente al principio de “Dos estados para dos pueblos” sostenido por el país del norte, el mundo occidental y muchos países árabes.
Este mal rato lo hubiera evitado de haber aceptado alternar la silla de la primera magistratura con Kadima. A esos partidos se hubieran plegado otros de centro-izquierda, dando a luz un gobierno democrático y liberal, con verídicas intenciones de alcanzar la paz con los árabes, y sin la gran influencia de sectores extremistas, que molestan tanto para llegar a un acuerdo de paz, como molestan los extremistas árabes. No quiso compartir ese honor. Lo quiso todo para él, aún sometiéndose a los postulados de esos partidos que lo puede derribar si no cumple con sus pactos. Sólo existen dos caminos a seguir: deshacer el gobierno recientemente establecido, o perder el apoyo logístico y económico de los EEUU. Prohibido terminantemente llegar a esto. Siempre dije que si no fuera por el tío Sam, hace tiempo que habríamos vuelto a deambular por el mundo como lo hicimos después de la destrucción del segundo templo. Podría haber otra solución: convencer a Obama que se una a las filas de nuestra extrema derecha. Entonces seguro que vendrá el mesías montado en su caballo blanco, y entrará a Jerusalem por la puerta tapiada de La Misericordia enarbolando dos banderas, la de la estrella de David y la de las bandas y estrellas.
Samuel Auerbach.
martes, 19 de mayo de 2009
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