Existe un pueblo capaz de no oponerse a liberar a un feroz asesino condenado a reclusión perpetua, a cambio de poner fin a una dolorosa y larga incertidumbre, sin importarle de cuántos. Existe un pueblo que por entero siente como propio el dolor de algunos pocos. Pero también existen otros, cuyos gobernantes, líderes y destacados intelectuales, besan y abrazan a quien es capaz de matar, con premeditación y a sagre fría, a una inocente y tierna criatura que, según ellos, ocupaba con sus padres y sus correligionarios territorios que no les pertenece, que son de ellos. No hay en el mundo motivo alguno que justifique tal brutal acción. Sólo las bestias y los humanos que tienen almas de bestias, lo hacen. A los primeros se los perdona. Necesitan alimentarse sin discriminación. Es la respetada, querida y sabia naturaleza. Pero a los otros, cómo justificarlos si sólo el ciego odio que en los animales no existe, es lo que los mueve. Ese pueblo que nunca deja de llorar a sus víctimas, que no le importa liberar a bestias que tiene enjauladas, aún pagando un precio político con alto riesgo, con tal de aliviar el dolor de unos pocos, ese pueblo se llama Israel. Está ubicado en el Oriente Medio, rodeado por grupos organizados que constantemente victiman a inocentes civiles, grupos a los que trata por todos los medios de convencer para poder vivir sin peligros.
¿Lo conseguirá? ¿Podrá desarraigar el odio inculcado en ellos casi desde que vieron la luz? A estas preguntas, ese sufrido pueblo contesta: difícil pero posible; es la posibilidad que le otorga la esperanza, el amor a la vida y el inmenso deseo de vivir en paz.
Es cierto que partes de ese terreno, fueron ocupados por esa pobre criatura, sus padres y sus correligionarios, pero fue debido a guerras que no provocaron. No obstante, habría que devoverlas. Devolverlas a grupos que odian a sus habitantes, que no la reconocen como estado, declarando abiertamente que el Oriente Medio no es su lugar, significa poco menos que suicidio. Su devolución constituiría un desprendimiento de posiciones pasibles de ser convertidas ipso facto en estratégicos puestos ofensivos. Sería acercar al enemigo y hacer vulnerables a zonas vitales. Una pequeña muestra de sus consecuencias, es lo que sucedió a causa de la retirada de Gush Katif, territorio lindero a Gaza. Particularmente creemos que la devolución tiene que ser gradual, con pactos a largo plazo, a medida que el tiempo transcurrido garantice la tan ansiada paz. Apaciguar a un pueblo que nace odiando puede llevar generaciones.
La guerra con sus inevitables errores no es la solución, como es utópico negociar una paz duradera con extremistas palestinos con odio antisemita, que quieren desalojar a los judíos o echarlos al mar, que matan masivamente y con premeditación a niños, mujeres y ancianos, que enseñan a sus hijos a empuñar armas y amar a la muerte.
Felizmente existen otros palestinos, víctimas de sectores fuertemente armados por ricos y fanáticos países petroleros. Son los que, hartos de sufrir, sueñan con una patria que progresa, feliz y en paz con su vecino, y no en lugar de su vecino. Y con sus líderes se habla, y en sus líderes funda Israel la esperanza que su himno canta.
Samuel Auerbach
Netanya, Israel
martes, 30 de diciembre de 2008
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